28.2.11

La soledad del asesino en serie

Bromeaba Andreu Buenafuente en uno de sus monólogos televisivos sobre el nombre que los medios de comunicación habían colocado a Andrés Mayo Fernández, condenado hace veinte años por múltiples violaciones y conocido como “el violador del chándal”. Hablaba Buenafuente sobre la 'deshonra' que debe suponer el hecho de que, tras una dura vida dedicada a la delincuencia, se acabe siendo conocido públicamente por ese ridículo apelativo. Un ejemplo parecido de denominación absurda al autor de una serie de crímenes ocurría en España en 1888 (aunque esta vez efímeramente y por error) cuando el diario La Vanguardia malinterpretaba las informaciones que llegaban de Inglaterra y adjudicaba a Jack el Destripador el seudónimo de Jaime el Gaitero, debido a una mala traducción del nombre original (Jack the Ripper).

La Vanguardia tardó poco en darse cuenta del error y rectificó eliminando la traducción literal, un acto significativo en un caso en el que la firma funciona como un símbolo con una fuerza absoluta, teniendo en cuenta que del supuesto autor poco se supo nunca más allá de su metodología, tan siquiera si llegó a existir como asesino único o por el contrario, tal y como se llegó a especular, se trató de actos violentos cometidos por varias personas. Todo quedó en una anécdota curiosa que, sin querer, conseguía desdramatizar involuntariamente los hechos y aportar un toque casi cómico a uno de los personajes más terribles de la historia moderna.

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