La escena de créditos de la sensacional Balada triste de trompeta es memorable porque condensa en apenas dos minutos el glosario de deas que la película se esfuerza en desgranar durante todo su metraje. Alex de la Iglesia decía antes del estreno algo así como que la cinta venía a ser una especie de ejercicio catártico de los miedos y obsesiones de su infancia, etapa en la que en su cabeza se mezclaban en similares proporciones, procedentes de la televisión, imágenes de políticos recios, monstruos, curas, folclóricas y terroristas.
Esa potentísima imaginería queda plasmada a la perfección en los créditos, una sucesión de fotografías en blanco y negro que, unidas, elaboran un discurso que pasa por lo kitsch y lo grotesco, cuyos paisajes reflejan el lado más cutre y mugriento de un país rancio, miedoso y supersticioso, donde terroristas analfabetos convivían en el dietario de sucesos con las caras de Bélmez, Frankenstein o el humor de Tip y Coll.
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