Cuando me mudé a mi actual barrio, una de las primeras cosas que hice fue buscar un videoclub para hacerme socia. En este caso se trataba de una de esas cadenas en las que priman las palomitas frente a una buena selección de películas. Y aunque no me suministraran todo lo que mi cuerpo necesitaba, los precios eran razonables y el catálogo no era tan pobre. Además era el único videoclub que quedaba en la zona.
Ya había vivido años atrás en este barrio, cuando las películas se alquilaban en VHS y se mantenían discusiones con el dueño sobre si sí o no había que entregar las películas rebobinadas. Cuando un videoclub era un lugar en el que un señor (normalmente gordo) te recomendaba esto y lo otro. Cuando tenías la posibilidad de elegir un videoclub.
Ahora, simplemente espero que la tienda de golosinas en la que alquilan DVDs unas calles más allá no cierre antes de que se termine mi bono de diez.
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