Darren Aronofsky ha encontrado su principal público objetivo. Se trata de una generación fascinada hace diez años por sus primeros trabajos, Pi y Requiem for a dream, dos obras con mucho en común y con las que el director neoyorkino establecía como marca de la casa un estilo formal exagerado y extraño. Esa generación es la principal responsable de que cada nueva película con su firma sea esperada con ansiedad por muchos.
Black swan regresa a esos inicios visuales, tras la incomprendida The fountain y la más académica The wrestler, film con el que Aronofsky se hizo un hueco el año pasado en el banquete de Hollywood.
Es precisamente con esta última y con Réquiem for a dream con quienes Black swan guarda más elementos en común, mostrándonos todas el camino que conduce desde una vida aparentemente exitosa hasta la absoluta autodestrucción, en este caso bajo un efectismo escandaloso y paranoico que confirma una vez más al realizador de Brooklyn como un enemigo declarado de la sutileza y la armonía narrativas que, además, se atreve a crear una profunda dicotomía formal encarando de esa manera un arte de extrema delicadeza y fragilidad como el ballet.
Black swan regresa a esos inicios visuales, tras la incomprendida The fountain y la más académica The wrestler, film con el que Aronofsky se hizo un hueco el año pasado en el banquete de Hollywood.
Es precisamente con esta última y con Réquiem for a dream con quienes Black swan guarda más elementos en común, mostrándonos todas el camino que conduce desde una vida aparentemente exitosa hasta la absoluta autodestrucción, en este caso bajo un efectismo escandaloso y paranoico que confirma una vez más al realizador de Brooklyn como un enemigo declarado de la sutileza y la armonía narrativas que, además, se atreve a crear una profunda dicotomía formal encarando de esa manera un arte de extrema delicadeza y fragilidad como el ballet.
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